Compartiendo un café con Gian Luca
Malatesta no es amigo de entrevistas, ni por ahora hemos conseguido que entre en la dinámica de las redes sociales, pero accede a dedicarnos unas palabras y nos permite que le grabemos con el móvil para poder transcribirlas bien.
Le preguntamos: ¿En qué te has inspirado para la producción del video?
«Bueno, en el primer flash de los créditos finales se explica: básicamente, son imágenes trabajadas procedentes de manuscritos medievales iluminados que ejecutaron con maestría artistas hoy día olvidados en los siglos XVI y XVII. Algunos son libros de horas, y otros libros de caballerías. De ahí está tomada la “finiture” (los exornos) de las páginas y buena parte de los elementos de apoyo visual. Además está la composición de las escenas, es decir, los fondos y los personajes, que en su gran mayoría proceden de bocetos hechos por magníficos artistas hace ya casi dos siglos, expresamente para espectáculos teatrales. Todo ello es hoy día material entregado al dominio público, y todos podemos disfrutar de él.»
«Por supuesto nada de esto quedaría igual sin la magnífica música de Kevin MacLeod y la simpatía de los actores que han puesto las voces. Me gusta la interpretación. Algún día me gustaría contribuir a poner voz a un video…, si con mi acento no lo arruino, claro!».
La combinación de esos elementos es sorprendente, porque encaja como un guante. Se diría que todo ha sido hecho ex profeso para el video.
«No, no. Es el juego visual, la coreografía, lo que produce esa sensación. Bueno, eso y el movimiento de cámara que ayuda mucho a esconder las imperfecciones. La música está reeditada para que dure lo que tiene que durar, el ritmo de la locución está retocado… sí, es todo bastante milimétrico. Además, no negaré que fueron horas y horas de búsqueda entre miles de imágenes de papeles antiguos. Y dentro de este proceso está lo más difícil».
Y dicho esto, no nos perdonaríamos obviar la pregunta del millón: ¿y qué es lo más difícil?
«Ser fiel a la idea de Águeda. Yo era consciente de que una vez que identificáramos con imágenes a cualquiera de los personajes, fácilmente los lectores fijarían en su imaginación la relación entre el personaje teatral, que originalmente no se identifica con una imagen, y el recurso visual con el que nosotros lo representamos. Por tanto, los personajes tenían que responder razonablemente a la idea que Águeda tenía de ellos en su mente. El primer paso para componer el universo visivo para El huevo de Rolando fue presentar a Águeda cientos de bocetos procedentes de figurines de teatro concebidos hace más de un siglo y medio, hasta que ella aprobó personalmente los que al final se han utilizado».