Cuando el destino manda
Ya desde el principio de esta historia, nuestros pretendidos protagonistas han sido alcanzados por los dardos de Cupido. Con cuidado de no desvelar más de lo imprescindible, diremos que tal devoción amorosa resulta no ser sino el efecto colateral de un conjuro alquímico del pasado. En efecto, a diferencia de otros personajes que luchan por ganarse su futuro, Rolando tiene perfectamente claro que no puede resistirse a su destino. Es más, podría decirse que ha tenido suerte, porque pese a no haber acumulado ningún mérito ante la dama, en verdad ha conseguido encandilar a una notable mujer, de buen ver y mejor amar.
Así pues, diríase que Rolando está contento con la suerte que le ha tocado, y a pesar de ello es un ser indeciso y atribulado, que vive braceando en un mar de dudas. Por un lado, pronto descubrirá que la dama objeto de su amor, muy a su pesar, va a ser entregada a otro hombre, y la duda le paraliza y le impide encontrar una manera eficiente de afrontar la situación. Por otro lado, en realidad no la ha visto nunca, y lo que es peor, ella tampoco lo ha visto a él, lo que es una mala noticia para un sujeto cuya seguridad en sí mismo está en entredicho.